Las guerras televisadas, los bombardeos como noticia de última hora, la imagen de una familia refugiada con su casa empaquetada en sacos como introducción de un programa de televisión... El hecho de tener una casa es un lujo en países donde pisar la calle puede suponer la muerte. Actualmente, un gran número de países continúan en conflictos abiertos ya sea por cuestiones políticas, sociales, religiosas o económicas. Países que tuvieron su minuto de gloria en periódicos o telediarios y más tarde pasaron a formar parte de ese vasto archivo de conflictos olvidados.

Es en estos países donde la casa tiene un papel protagonista. En nuestro día a día, entramos y salimos de casa sin ningún miedo a lo que podamos encontrar más allá del portal. La vía pública se convierte en una extensión del espacio privado: se juega en la calle, se lee en los jardines, se come un domingo en el monte, se compra el pan en la panadería del barrio, se cena en las terrazas de los bares, se habla en los bancos del parque… Hacemos en la calle aquello que también podríamos hacer en nuestra casa y viceversa. En cambio, en países en conflicto, esta utilización del espacio público es mucho más restrictiva. Existe una barrera de violencia que frena a la población a vivir el espacio público y por tanto a recluirse en sus propias casas, pues es aquí donde se pueden sentir seguros, aún sin estarlo del todo.

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